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Jesucristo se le apareció a menudo
durante los años 1921-22 y 23
a la hermana Josefa Menéndez, una
monja de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.
Sus Memorias están publicadas en
un libro de más de 500 páginas
titulado: el Camino del Amor
Divino.
En este Libro se explica el empeño
de Jesús en salvar nuestras almas por el encuentro con Su amor antes de
"la aproximación de
los últimos días del mundo".
En la vida de Sor Josefa tuvo
lugar un fenómeno muy raro en la vida de los santos: conocer en carne propia
los sufrimientos del
infierno. Dios permitió al diablo
que la bajase hasta el infierno. Allá, pasa largas horas, algunas veces una
noche entera, en una
indescriptible agonía. A pesar de
que fue llevada al infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que
cada vez es la
primera, y cada una le semeja tan
larga como una eternidad. Soporta todas las torturas del infierno, con una sóla
excepción: el
odio a Dios. No fue el menor de
estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de
odio, de dolor y de
desesperación.
A pesar de todo, cuando tras una
larga espera vuelve a la vida, destrozada y agotada, con su cuerpo agonizante
por el dolor, ella
no se fija en el sufrimiento, por
muy severo que sea, si con ello consigue salvar un alma de aquella espeluznante
caverna de
tormentos. A medida que empieza a
respirar mejor, su corazón estalla de alegría al saber que aún puede amar al
Señor.
Sor Josefa escribe con gran
reticencia sobre el tema del infierno. Ella lo hizo solamente para conformar
los benditos deseos de
Nuestro Señor.
Nuestra Señora le dijo el 25 de
octubre de 1922: "Todo lo que Jesús te da a ver y a sufrir de los
tormentos del
infierno es para que puedas
hacerlos conocer al mundo. Por lo tanto, olvídate enteramente de ti misma, y
piensa en la gloria de la
salvación de las almas."
Ella repetidamente testifica sobre
el mayor tormento del infierno: "Una de estas almas condenadas gritó con
desesperación: "Esta es
mi tortura... que deseo amar, y no
puedo hacerlo; no hay nada que salga de mi excepto odio y desesperación. Si uno
de nosotros
pudiese hacer tanto como un simple
acto de amor... esto ya no sería el infierno, pero no podemos. Vivimos en el
odio y la
malevolencia." (23 de marzo
1922) Otro de estos desgraciados dijo:
"El mayor de estos tormentos
aquí es que no podemos amar a Dios. Mientras tenemos hambre de amor, estamos
consumidos
con el deseo de Él, pero ya es
demasiado tarde."
Ella registra también las
acusaciónes hechas contra si mismos por estas infelices almas:
"Algunos gimen a causa del
fuego que quema sus manos. Quizás ellos eran ladrones, porque dicen:
"¿Donde está nuestro botín
ahora?... Malditas manos... ¿Por
qué deseé poseer lo que no era mio... y que en cualquier caso, sólo podría
haber poseído por unos
pocos días?" Otros maldicen
sus lenguas, sus ojos... cualquiera miembro que
fuese la ocasión con la que
pecaron... "¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con
que te regalaste a ti
mismo!... ¡¡¡Y todo ello lo
hiciste por tu propria y libre voluntad...!!!." (2 de abril 1922)
"Me pareció que la mayoría se
acusaba a sí mismos de pecados de impureza, de robo, de comercio fraudulento; y
la mayor parte de
los condenados están en el
infierno por estos pecados." (6 de Abril de 1922).
"Algunos acusan a otras
personas, otros a las circunstancias, y todos maldicen las ocasiones de su
condenación." (Septiembre de
1922).
"Vi a mucha gente del mundo
terrenal caer dentro del infierno, y ahora las palabras no pueden describir ni
por asomo sus horribles
y espantosos gritos: 'Condenado
para siempre... Yo me engañaba
a mi mismo... Estoy perdido...
ESTOY AQUÍ PARA SIEMPRE
JAMÁS'."
"Hoy vi un vasto número de
gente caer dentro del ardiente abismo... Parecían unos vividores acostumbrados
a los placeres
del mundo, y un demonio gritó con
estruendo: "El mundo está maduro para mí... Yo sé que la mejor manera de
conseguir el
control de las almas es acrecentar
su deseo por la diversión y el disfrute de los placeres... "Ponme a mí en
primer lugar..."; "Yo
antes que los demás...";
"Y sobre todo nada de humildad para mí, sino que déjame disfrutar a mis
anchas...". Esta clase de palabras
asegura mi victoria... y ellos
mismos se lanzan en multitudes al fondo del infierno"." (4 de octubre
de 1922)
"Hoy", escribe Josefa,
"no bajé al infierno, sino que fui transportada a un lugar donde todo
estaba oscuro, pero en el
centro había un enorme y espantoso
fuego rojo. Me dejaron inmóvil y no podía hacer ni el más mínimo movimiento.
Alrededor de mí había siete u ocho
personas, sus cuerpos negros estaban desnudos, y yo podía verlos sólo por los
reflejos del
fuego.
Estaban sentados y hablaban.
"Un diablo dijo a otro: "Tenemos que ser muy cuidadosos para que no
nos perciban.
Podríamos ser fácilmente
descubiertos". "El diablo respondió: "Insinuaos procurando que
el descuido y la negligencia se
apoderen de ellos, pero
manteniéndoos en la sombra, para que no os descubran... gradualmente, ellos se
volverán más y más
descuidados, indiferentes al bien
y al mal, sin ningún tipo de compasión ni amor, y vosotros seréis capaces de
inclinarlos hacia
el mal. Tentad a estos otros con
la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio
interés, CON
ADQUIRIR RIQUEZAS SIN TRABAJAR...
de forma legal o no.
Excitad a aquellos otros hacia la
sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los
ciegue"."(Aquí usaron palabras obscenas)
"Y con el resto... explorad
sus corazones... así conoceréis sus inclinaciones... haced que amen
apasionadamente... Actuad sin
ningún escrúpulo... no
descanséis... no tengáis piedad... El mundo debe ir hacia la condenación... y
que las almas no se me escapen.
De vez en cuando, los discípulos
de Satán respondían: "Somos tus esclavos... trabajaremos sin descanso. Sí,
muchos luchan contra
nosotros, pero trabajaremos noche
y día. ¡Conocemos tu poder!" Hablaban todos a la vez, y el que yo entendí
que era Satán usaba
palabras espantosas. En la
distancia, pude oír un bullicio de fiesta,
el tintileo de las copas, y gritó:
¡Dejad que ellos mismos se junten
en sus comidas! Eso lo pondrá todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan
a sus banquetes.
El amor al placer es la puerta por
la que vosotros os apoderaréis de ellos... Y esas almas ya no serín capaces de
escapar de mí"."
Añadió cosas tan horribles que
nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como sumergidos en un remolino de
humo, se
desvanecieron. (3 de febrero de
1923) El demonio gritaba rabiosamente por un alma que se le escapaba:
"Llenad su alma de miedo,
llévadla a la desesperación. ¡Si ella pone su confianza en la misericordia de
ese... (aquí usó palabras
blasfemas contra Nuestro Señor).
todo estará perdido! Pero no; llévala a la desesperación, no la dejéis ni por
un instante, por
encima de todo, haced que se
desespere..." Entonces el infierno resonó con gritos frenéticos, y cuando
finalmente el diablo me arrojó
fuera del abismo, se fue amenazándome.
Entre otras cosas, decía:
"¿Es posible que tales enclenques criaturas tengan más poder que yo, que
soy tan poderoso?... Debo
enmascarar mi presencia, trabajar
en la sombra, cualquier esquina será buena para tentarlos... susurrando a un
oído... en las hojas de
un libro... debajo de una cama...
Algunas almas no me prestan atención, pero hablaré y hablaré, y a fuerza de
hablar, alguna
palabra quedará... ¡Sí, debo
ocultarme en lugares en los que no pueda ser descubierto!" (7, 8 febrero
de 1923)
Josefa, en su retorno desde el
infierno, notó lo siguiente:
"Vi varias almas caer dentro
del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus
padres por no haberle
hablado del temor de Dios ni por
haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy
corta, decía ella, pero
llena de pecado, porque ella le
concedió hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el
camino de su
autosatisfacción, especialmente
había leído malos libros." (22 de
marzo de 1923)
"Los ruidos de confusión y
blasfemias no cesan ni por un sólo instante. Un nauseabundo olor asfixia y
corrompe todo; es como
el quemarse de la carne
putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre... una mezcla a la que nada en la
Tierra puede ser
comparable". (4 de septiembre
de 1922).
Otra vez, escribe: "Las almas
estaban maldiciendo la vocación que habían recibido, pero no seguido... la
vocación que habían
perdido, porque no tenían la
voluntad de vivir una vida oculta y mortificada..." (18 de marzo de 1922)
"La noche del miércoles al
jueves 16 de marzo, serían las diez, empecé a sentir como los días anteriores
ese ruido tan tremendo
de cadenas y gritos.
En seguida me levanté, me vestí y
me puse en el suelo de rodillas. Estaba llena de miedo. El ruido seguía; salí
del dormitorio sin
saber a dónde ir ni qué hacer.
Entré un momento en la celda de Nuestra Beata Madre... Después volví al dormitorio
y siempre el
mismo ruido. Sería algo más de las
doce cuando de repente vi delante de mí al demonio que decía: "atadle los
pies... atadle las
manos". Perdí conocimiento de
dónde estaba y sentí que me ataban fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome.
Otras voces
decían: "No son los pies los
que hay que atarle... es el corazón". Y el diablo contestó; ese no es mío.
Me parece que me arrastraron
por un camino muy largo.
Empecé a oír muchos gritos, y en
seguida me encontré en un pasillo muy estrecho. En la pared hay como unos
nichos, de
donde sale mucho humo pero sin
llama, y muy mal olor. Yo no puedo decir lo que se oye, toda clase de
blasfemias y de palabras
impuras y terribles. Unos maldicen
su cuerpo... otros maldicen a su padre o madre... otros se reprochan a ellos
mismos el no haber
aprovechado tal ocasión o tal luz
para abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia
y desesperación.
Pasé por un pasillo que no tenía
fin, y luego, dándome un golpe en el estómago, que me hizo como doblarme y
encogerme, me
metieron en uno de aquellos
nichos, donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me
pasaban
agujas muy gordas por el cuerpo,
que me abrasaban. En frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y
blasfemaban. Es lo
que más me hizo sufrir... pero lo
que no tiene comparación con ningún tormento es la angustia que siente el alma,
viéndose
apartada de Dios.
"Me pareció que pasé muchos
años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas... Luego sentí que
tiraban otra vez de mí,
y después de ponerme en un sitio
muy oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejó libre. No puedo decir
lo que
sintió mi alma cuando me di cuenta
de que estaba viva y que todavía podía amar a Dios.
"Para poderme librar de este
infierno y aunque soy tan miedosa para sufrir, yo no sé a qué estoy dispuesta.
Veo con mucha claridad que todo lo
del mundo no es nada en comparación del dolor del alma que no puede amar,
porque allí no
se respira más que odio y deseo de
la perdición de las almas".(...) "Cuando entro en el infierno, oigo
como unos gritos de rabia y de
alegría, porque hay un alma más
que participa de sus tormentos.
No me acuerdo entonces de haber
estado allí otras veces, sino que me parece que es la primera vez. También creo
que ha de ser para
toda la eternidad y eso me hace
sufrir mucho, porque recuerdo que conocía y amaba a Dios, que estaba en la
Religión, que me ha
concedido muchas gracias y muchos
medios para salvarme... ¿Qué he hecho para perder tanto bien...? ¿Cómo he sido
tan
ciega...? ¡Y ya no hay remedio...!
También me acuerdo de mis Comuniones, de que era novicia, pero lo que más me
atormenta es
que amaba a Nuestro Señor
muchísimo... Lo conocía y era todo mi tesoro...
No vivía sino para Él... ¿Cómo ahora
podré vivir sin Él...? Sin amarlo.., oyendo siempre estas blasfemias y este
odio... siento que
el alma se oprime y se ahoga... Yo
no sé explicarlo bien porque es imposible".
Más de una vez presencia la lucha
encarnizada del demonio para arrebatar a la misericordia divina tal o cual alma
que ya creía
suya. Entonces los padecimientos
de Josefa entran, a lo que parece, en los planes de Dios, como rescate de estas
pobres almas,
que le deberán la última y
definitiva victoria, en el instante de la
muerte.
"El diablo estaba muy furioso
porque quería que se perdieran tres almas... Gritaba con rabia: ¡Que no se
escapen...! ¡que se van...!
¡Fuerte...! ¡fuerte! "Esto
así, sin cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros
demonios. Durante varios días
presencié estas luchas. "Yo
supliqué al Señor que hiciera de mí lo que quisiera, con tal
que estas almas no se perdiesen.
Me fui también a la Virgen Y Ella me dio gran tranquilidad porque me dejó
dispuesta a sufrirlo
todo para salvarlas, y creo que no
permitirá que el diablo salga victorioso".(...) "El demonio gritaba
mucho: ¡No la dejéis...! ¡estad atentos a todo
lo que las pueda turbar...! ¡Que
no se escapen... haced que se desesperen...! Era tremenda la confusión que
había de gritos y de
blasfemias. Luego oí que decía
furioso: ¡No importa! Aún me quedan dos... Quitadles la confianza... Yo
comprendí que se le
había escapado una, que había ya
pasado a la eternidad, porque gritaba: Pronto... De prisa... Que estas dos no
se escapen...
Tomadlas, que se desesperen...
Pronto, que se nos van. "En seguida, con un rechinar de dientes y una
rabia que no se
puede decir, yo sentía esos gritos
tremendos: ¡Oh poder de Dios que tienen más fuerza que yo...! ¡Todavía
tengo una.., y no dejaré que se la
lleve...! El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un
desorden muy
grande y los diablos chillaban y
se quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se
habían
salvado. Mi corazón saltó de
alegría, pero me veía imposibilitada para hacer un acto de amor. Aún siento en
el alma necesidad de
amar... No siento odio hacia Dios
como estas otras almas, y cuando oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha
pena; no
sé qué sufriría para evitar que
Nuestro Señor sea injuriado y ofendido. Lo que me apura es que pasando el
tiempo seré como
los otros. Esto me hace sufrir
mucho, porque me acuerdo todavía que amaba a Nuestro Señor y que Él era muy
bueno conmigo.
Siento mucho tormento, sobre todo
estos últimos días. Es como si me entrase por la garganta un río de fuego que
pasa por todo el
cuerpo, y unido al dolor que he
dicho antes. Como si me apretasen por detrás y por delante con planchas
encendidas...
No sé decir lo que sufro... es
tremendo tanto dolor... Parece que los ojos se salen de su sitio y como si
tirasen para arrancarlos...
Los nervios se ponen muy tirantes.
El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo...
El olor que hay tan malo, no se
puede respirar, pero todo esto no es nada en comparación del alma, que
conociendo la bondad de
Dios, se ve obligada a odiarle y,
sobre todo, si le ha conocido y amado, sufre mucho más...".
Josefa despedía este hedor
intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la
arrebataba y atormentaba el
demonio: olor de azufre, de carnes
podridas y quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente
durante un
cuarto de hora y a veces media
hora; Y cuya desagradable impresión conservaba ella misma mucho más tiempo
todavía.
"Oí a un demonio, del cual
había escapado un alma, forzado a confesar su impotencia. 'Desconcertante...
¿cómo pueden hacer
para que se me escapen tantas?
Eran mías' (y enumeró sus pecados)... 'Trabajé muy duramente, y aún así se
escaparon entre
mis dedos... Alguien debe estar
sufriendo y reparando por ellos.'"
(15 de enero de 1923).
Aquí está, finalmente, el texto
completo de las notas de sor Josefa sobre "El infierno de las almas
consagradas". (Biografía: Capítulo
VII, 4 de septiembre de 1922).
"La meditación del día fue
sobre el Juicio Particular de las almas religiosas. Yo no podía liberar mi
mente de este pensamiento, a
pesar de la opresión que sentía.
De pronto, me sentí rodeada y oprimida por un gran peso, de tal forma que en un
instante, vi más
claramente que nunca antes lo
maravillosa que es la santidad de Dios y Su aborrecimiento del pecado.
"Vi en un instante mi vida
entera, desde mi primera confesión hasta este día. Todo me fue vívidamente
presentado: mis pecados,
las gracias que recibí, el día que
entré en religión, mis vestidos de novicia, mis primeros votos, mis lecturas
espirituales, mis
tiempos de oración, los avisos que
me fueron dados, y todas las ayudas de la vida religiosa. Imposible describir
la confusión y la
vergüenza que una alma siente en
ese momento, cuando se da cuenta: 'todo está perdido, y estoy condenada para
siempre.'"
Como en sus anteriores descensos
al infierno, sor Josefa nunca se acusaba a sí misma de ningún pecado específico
que pudiera
haberla conducido a tal calamidad.
Nuestro Señor había proyectado únicamente que ella sintiera las consecuencias,
si
hubiera merecideo tal castigo. Sor
Josefa escribió: "Instantáneamente, me encontré a mí misma en el infierno,
pero
no arrastrada allí como antes. El
alma se precipita allí ella misma, como si fuera para esconderse de Dios y así
ser libre de odiarlo y
maldecirlo.
"Mi alma se precipitó en las
profundidades abismales, cuyo fondo no puede ser visto, porque es inmenso... al
mismo tiempo que oí a
otras almas riéndose y alegrándose
de verme compartir sus tormentos. Fue martirio suficiente oír las terribles
imprecaciones
provenientes de todas partes, pero
que no puede ser comparado con la sed de lanzar maldiciones que se apodera de
las almas, y
cuanto más se maldice, más se
desea maldecir y más aumenta esta sed. Nunca había sentido lo mismo antes. Las
últimas veces mi
alma había sido oprimida de
angustia al oír estas horribles blasfemias, a pesar de ser completamente
incapaz de producir ni
un solo acto de amor. Pero hoy fue
de otra manera. "Vi el infierno como siempre antes, los largos corredores
oscuros,
las cavidades, las llamas... Oí
las mismas blasfemias e imprecaciones, porque - y de esto he escrito ya antes -
a pesar de
que no eran visibles formas
corporales, los tormentos se sentían como si estuvieran presentes, y las almas
se reconocen las unas a
las otras. Una dijo: 'Hola, ¿tú
por aquí? ¿Y estás tú como nosotros? Nosotros eramos libres de tomar esos votos
o no...
¡pero no!'
Y maldecían sus votos.
Algunas almas maldecían la
vocación que habían recibido, y a la que no habían correspondido... la vocación
que habían perdido
porque no habían querido vivir
humildes y mortificados... En una ocasión, cuando estaba en el infierno, vi un
gran número
de sacerdotes, religiosos y
monjas, maldiciendo sus votos, sus órdenes, a sus superiores y a todo aquello
que les había dado la
Luz y la gracia que habían
perdido. Vi también a algunos prelados. Uno se acusaba a sí mismo de
haber utilizado ilícitamente los
bienes pertenecientes a la Iglesia. (28 de septiempre de 1922)
Los sacerdotes lanzaban
maldiciones contra sus lenguas, las cuales habían consagrado; contra sus dedos,
que habían portado el
sagrado Cuerpo de Nuestro Señor;
contra las absoluciones que habían concedido; mientras ellos estaban perdiendo
sus propias
almas; y contra la ocasión por la
cual habían caído en el infierno.
(6 de abril de 1922)
Un sacerdote decía: "trago
veneno porque usé dinero que no era mío... el dinero que me daban por las misas
que no ofrecí".
Otro decía que había pertenecido a
una sociedad secreta que había traicionado a la Iglesia y a la religión. Y que
había sido sobornado
para cometer toda clase de
terribles profanaciones y sacrilegios.
Y otro más decía que había sido
condenado por asistir a diversiones obscenas, tras las cuales no debería haber
celebrado la
Misa... y que él había pasado unos
siete años así.
"Todo esto lo sentí como
antes, y a pesar de que estas torturas eran terroríficas, serían soportables si
el alma estuviera en paz.
Pero sufre indescriptiblemente.
Hasta ahora, cuando bajaba al infierno, pensaba que había sido condenada por
abandonar la vida
religiosa. Pero esta vez fue
diferente. Portaba una marca especial, un signo de que yo era una religiosa, un
alma que había conocido
y amado a Dios, y había otros que
portaban el mismo signo. No puedo decir como lo reconocí, quizás en la manera
especial de
insultarlos con que los trataban
los espíritus malvados y otras almas condenadas. También había muchos
sacerdotes allí. Este
sufrimiento particular no soy
capaz de explicarlo. Era mucho más diferente del que había experimentado en
otras ocasiones, porque
si las almas de esos que viviernon
en el mundo sufren terriblemente, infinitamente peor son los tormentos de los
religiosos. Incesantemente, las
tres palabras, Pobreza, Castidad y Obediencia, son impresas sobre el alma con
punzante
remordimiento.
"Pobreza: ¡eras libre y lo
prometiste! ¿Por qué, entonces, buscaste aquella comodidad? ¿Por qué tomaste
aquella cosa que no te
pertenecía? ¿Por qué diste ese
placer a tu cuerpo? ¿Por qué te permitiste disponer de la propiedad de la
comunidad? ¿No sabías
que ya no tenías el derecho de
poseer nada, que habías renunciado libremente al uso de esas cosas?... ¿Por qué
murmurabas cuando
no había nada para ti, o cuando te
imaginabas peor tratado que los otros? ¿Por qué?
"Castidad: tu mismo hiciste
ese voto libremente y con pleno conocimiento de sus implicaciones... te
obligaste a ti mismo... lo
querías... ¿y cómo lo has
observado? Siendo así, ¿por qué no permaneciste donde habría sido lícito para
ti concederte placeres y
alegría? "Y el alma torturada
responde: 'Si, hice esos votos; era libre...habría podido no hacer el voto,
pero lo hice y era libre...' ¿Qué
palabras pueden expresear el
martirio de tal remordimiento?" escribe sor Josefa, "y todo el tiempo
las imprecaciones e insultos
de otras almas condenadas
continúan.
"Obediencia: ¿no te
comprometiste completamente a obedecer la Regla y a tus Superiores? ¿Por qué,
entonces, juzgabas las
órdenes que te eran dadas? ¿Por
qué desobedecías la Regla? ¿Por qué te dispensabas de la vida comunitaria?
Recuerda qué dulce
era la Regla... y no la
guardaste... y ahora," gritan voces satánicas, "tienes que
obedecernos a nosotros no sólo por un día o un año, o
un siglo, sino por siempre jamás,
por toda la eternidad.... Es tu propia obra... eras libre.
"El alma constantemente
recuerda como había elegido para sí a Dios como su Esposo, y que una vez Lo
amara sobre todas las
cosas... que por Él había
renunciado a los más legítimos placeres y a todo lo que consideraba más querido
en la tierra, que en el
comienzo de su vida religiosa
había sentido toda la pureza, dulzura y fuerza de este Amor divino, y que por
una pasión
desordenada... ahora debe odiar
eternamente al Dios que había elegido para amar.
"Este odio forzado es un
tormento devorador que consume el alma, ninguna alegría del pasado puede
aportar ni el más mínimo
alivio.
"Uno de sus mayores tormentos
es la vergüenza", añade sor Josefa. "Le parece que todos los
condenados de su alrededor se
burlan continuamente de ella
diciendo: 'Que se perdiera quien nunca tuvo las ayudas de las que tú
disfrutaste no sería una
sorpresa... pero tú... ¿de qué
careciste? Tú, que vivías en el palacio del Rey... que festejabas en la mesa de
los elegidos.'
"Todo lo que he
escrito," concluye, "no es más que una sombra de lo que el alma
sufre, porque las palabras no pueden expresar tan
espantosos tormentos." (4 de
septiembre de 1922).
EL "GRAN MOMENTO
DEL CIELO"
DE SOR JOSEFA MENÉNDEZ
En la tarde del miércoles, 29 de
junio:
"La Oración de hoy fue sobre
las tres negaciones de San Pedro y, comparando mi debilidad con la de él, tomé
la resolución de llorar
mis faltas y de aprender a amar
como él. ¡Tantas veces prometí fidelidad yo también!... Pero hoy, lo hice con
más fuerza y más
decisión. "-Si, Señor, quiero
ser fiel. Os prometo, no solamente no negaros nada, sino ir al encuentro de lo
que me parece agradaros más.
"Estaba así, en conversación
con mi Dios, cuando Él me hizo entrar en Su divina Llaga. Vi abrirse el pequeño
pasadizo en
donde yo no había podido entrar el
otro día, y Él me dio a entender la felicidad que me espera, si fuese fiel a
todas las
gracias que me preparó. "No
puedo decir bien lo que vi; era una gran llama en la que mi corazón se
consumía. No podía ver el fin de ese abismo, porque
es un espacio inmenso y lleno de
luz. Estaba tan sumergida en lo que veía, que no podía hablar ni preguntar
nada... La Oración y
parte de la Misa pasaron así...
Pero un poco antes de la Elevación de la santa Hostia, ¡mis ojos... estos
pobres ojos!... ¡habían visto a
mi Bienamado Jesús, el único deseo
de mi alma, mi Señor y mi Dios!... Me mantenía sobre Su Corazón en el medio de
la gran
llama, sonreía un poco. Yo no
sabía que hacer... Él mismo me aproximó a la Llaga. ¡No puedo decir lo que
pasó, pues es
imposible!... Pero quería que el
mundo entero conociese el secreto de la felicidad. No hay otra cosa que hacer
sino amar y
abandonarse, Jesús Se encarga del
resto. "Estaba yo así abismada, en presencia de tanta belleza, de tanta
luz, cuando Él me dijo estas
Palabras, con Voz muy suave y al mismo tiempo muy grave:
"-Así como Yo Me inmolo como
Víctima de Amor, así quiero que seas víctima: el amor no rechaza nada."
"Así fue como pasó ese gran
momento del Cielo, pues no puedo llamarlo de otro modo. No podía yo decir otra
cosa sino estas
palabras:
"-Mi Dios, ¿qué queréis que
yo haga?... Pedid y disponed, pues ya no me pertenezco a mí misma nunca más...
Soy vuestra.
"En seguida, Él
desapareció."
Recordando esa inefable visita,
Josefa no puede contener el ardor de su amor. Ya es la llama del celo
consumidor, pues,
aproximándola a Su Corazón,
Nuestro Señor había transbordado sobre ella la sed que Lo devora.
"-Jesús -escribe ella-, no
deseo sino una cosa: que el mundo entero Os conozca, ¡pero sobre todo las almas
que escogisteis
como Esposas de Vuestro Corazón
adorable! Si ellas Os conociesen, Os amarían, pues sois el Único Bien.
Abrasadme con
Vuestro Amor, y eso me bastará...
abrasad a todas las almas, y será suficiente, porque con el amor correremos a
Vos por el
camino más recto. En cuanto a mí,
¡no quiero otra cosa sino amaros y amaros cada vez más, a Vos solamente! Todo
lo demás
no será para mí sino un medio para
dirigirme a Vos. Si yo pudiese, incluso pagando con la vida, ¡traería a todo el
mundo a
este divino Brasero! "Jesús
me dio sed de que todas las almas Lo amen. Es por eso por lo que ofreceré todo,
iré al encuentro de aquello que más me
cuesta, para agradecerle y obtener
que algunas almas Lo conozcan
y Lo amen.
"Le prometí también no hacer
nada fuera de la santa obediencia, y comprendí cuanto Le agradará que yo sea
muy simple, muy
franca para dejarme conducir como
una niñita."